Sobre lo de informarse, era una época en la que no existía ni internet ni teléfonos móviles. Y, además, ¿cómo podíamos sospechar lo que nos iba a ocurrir? En aquella época, en mi tierra, la gente ni siquiera cerraba con llave la puerta de casa. Y en las casas independientes incluso se dejaba la puerta abierta de par en par cuando salías un rato, y no pasaba nada.
¿Qué me pasó?
Es una larga historia, pero te la cuento por si la quieres saber.
Recién casado (corría el año 1980), siendo unos pipiolos mi mujer y yo, y debido a la escasez de recursos económicos, nos fuimos de luna de miel en coche (un R12) a recorrer parte de España. Partimos desde Vigo con la idea de visitar Madrid, continuar hasta Valencia, conocer algo de la zona de Levante, subir hasta Cataluña, continuar por Zaragoza, después seguir por el norte (San Sebastián, Santander, Bilbao, conocer algo de Asturias y regresar a Galicia por el norte hasta llegar de vuelta a casa.
Pues bien, llegamos a Madrid de noche y nos alojamos en el hotel, ya no recuerdo ni el nombre y mucho menos la calle, pero no era un mal hotel. Recuerdo que estaba por la zona de la Latina, que supongo que no será un mal barrio. Aparqué el coche en la calle, justo delante del hotel, por suerte el coche se veía desde la ventana de la habitación, digo suerte porque ya esa primera noche, desde la habitación, vi a dos individuos mirando por las ventanillas el interior del coche, bajé, pero los tipos se habían ido. Empezamos bien, me dije, volví a la habitación, pero sabía que ya no iba a dormir tranquilo. Esa noche no pasó nada más, (de lo del coche, quiero decir, de lo otro no voy a contar). Al día siguiente nos dedicamos a hacer turismo, lo típico, Museo del Prado, etc. Durante un día o dos la cosa fue más o menos bien, ver la Cibeles, ir por la Castellana, la Gran Vía, el paseo del Prado, Puerta de Alcalá, comer aquí, cenar allá, etc. Incluso visitar a una tía mía que vivía en Madrid. Lo dicho, lo típico del que lo quiere ver todo pero que no sabe ni por dónde ir, como cualquier turista de la época.
Ya no recuerdo si es que el hotel no tenía aparcamiento, que no había plazas, o que simplemente era caro, no sé, el caso es que el coche dormía en la calle, y evidentemente no iba a tener siempre la suerte de aparcar de forma que se viera desde la ventana. Bueno, pues al tercer día por la mañana nos vamos al coche y el coche no estaba donde lo habíamos dejado. No me lo podía creer, di por supuesto que nos lo habían robado. Estaba desesperado. ¿Y ahora qué? -me decía-. Estaba buscando a alguien para preguntarle donde había una comisaría de policía, cuando se me ocurre pensar… A ver si lo llevó la grúa, pero no podía ser, vi las señales y no había ninguna que prohibiera aparcar, además había más coches aparcados. Por si acaso, busqué el teléfono del Ayuntamiento, pregunté a la policía local, expliqué lo que me había pasado, hicieron unas indagaciones y… ¡bingo!, se lo había llevado la grúa. Que aparqué a menos de 5 metros de la esquina, me dijeron. No sé, cuando aparqué no medí, pero que dejé más de tres metros, seguro, no soy de los que aparcan en plena esquina, supongo que ellos sí llevarían un metro y lo midieron, digo yo. Así que, hala, a coger un taxi, a pagar la grúa y a pagar la multa para llevarme el coche. Y con todo esto, la mañana perdida y el día amargado. La primera y única vez que me llevó el coche la grúa fue en Madrid. Mi mujer, tratando de consolarme, me decía que hubiera sido peor que nos lo hubieran robado, pero la verdad, como consuelo a mí no me funcionaba.
Bueno, tratamos de olvidar el asunto procurando disfrutar lo que nos quedaba de estancia. Así que, como ya no nos quedaba mucho tiempo en la ciudad, y de paso que andábamos de aquí para allá, me propuse llevar a cabo uno de mis propósitos de mi paso por Madrid, que era visitar tiendas de instrumentos musicales para tratar de comprar un tipo de guitarra que en aquellos tiempos no había donde yo vivía, y por consiguiente no podía probar. Era una guitarra cara, muy cara para mis posibilidades, pero era algo para lo que había estado ahorrando mucho tiempo (años) y por fin podía conseguir, y así fue, después de visitar varias tiendas, al final la compré en una que se llamaba Maxi Musical (no sé si existirá todavía).
Aún no se me había pasado del todo el berrinche de lo de la grúa, pero estaba súper contento con mi guitarra, era la ilusión que tenía desde hacía mucho tiempo, pues tenía mi grupo de música, que además de disfrutar con nuestras canciones, tocábamos en pubs y verbenas para sacarnos un dinerillo extra (era la época de la movida Viguesa, donde empezaron gente como Teo Cardalda de Cómplices con quien coincidimos en un par de sitios tocando, Siniestro Total, etc.).
Al día siguiente por la mañana salíamos para Valencia, así que hicimos las maletas, las metimos en el maletero, junto con la guitarra, y nos disponíamos a marchar cuando…, se me ocurrió la “gran idea”. Como ya estábamos a media mañana, le propuse a mi mujer que, para no tener que parar a comer por el camino, aprovecháramos para visitar el zoo, comíamos y nos íbamos. ¡Craso error!, a pesar de que ella trató de convencerme de que no fuéramos al zoo, que era mejor marchar, al final fuimos. Estuvimos como una hora en el zoo. Cuando salimos, me di cuenta de que había dejado la cartera en una maleta y la necesitaba porque nos íbamos a comer. Abrí el maletero, que estaba cerrado con llave, es decir, seguía cerrado con llave, y… ¡¡SORPRESA!!, el maletero estaba vacío, ni maletas, ni guitarra, ni nada. Y allí estábamos nosotros, otra vez desesperados, sin dinero, sin documentación y sólo con lo que llevábamos puesto.
Nos fuimos a la zona donde estaba el hotel en el que nos alojábamos y buscamos una comisaría de policía, creo que le llamaban la comisaría de la Latina, o por lo menos es como le llamó la persona que nos indicó donde estaba. Y allí nos fuimos, nerviosos, desesperados. ¿Qué podíamos hacer? No teníamos dinero ni para la gasolina de vuelta a casa, no teníamos documentación para ir a un banco a retirar dinero, no teníamos nada. Menos mal que teníamos a mi tía en Madrid, a la que nunca dejaré de agradecerle el alivio y ayuda que supuso para nosotros que ella estuviera allí en unas circunstancias tan trágicas para nosotros en esos momentos de desesperación. Esa noche la pasamos en su vivienda, se portó tan bien la pobre, y estaba tan disgustada y preocupada que, sin que nosotros lo supiéramos, se quedó toda la noche vigilando el coche desde la ventana por si nos lo robaban también, era lo que faltaba. Por supuesto, de haberlo sabido, no hubiera consentido que se pasara la noche en vela, para eso me quedaba yo, que apenas pude dormir esa noche.
Aquella era una época en la que la matricula de los coches indicaban la provincia a la que pertenecían, y supongo que eso era una excelente referencia para los ladrones.
¿Te cuento otro “bonito” detalle?
Recuerdo que cuando llegamos a la comisaría para denunciar lo ocurrido, y le dijimos al policía que nos atendió en primera instancia lo que nos había pasado y que no éramos de Madrid, este nos dijo… “Pero hombre, ¿a quién se le ocurre dejar cosas en el maletero en un sitio como ese? Ahí se producen robos todos los días”. Así nos lo espetó, ¡con tres cojones!, y se quedó tan ancho (perdón por la expresión). Como si los que no somos de Madrid tuviéramos que saberlo. Que digo yo que, si se producen robos todos los días y ellos no hacen nada para remediarlo, bien podía poner alguien unos cartelitos de aviso, no sé, el Ayuntamiento, por ejemplo, digo yo. A saber, cuánta pobre gente habrá pasado por un mal trago como el nuestro. Y estamos hablando de 1.980. No quiero ni pensar como sería en años posteriores con toda la problemática de droga que vino después.
Pero no creas que ahí se queda la cosa, no. Cuando estábamos en la comisaría de policía, experimenté por primera vez la falta de empatía que puede llegar a tener la gente, especialmente los funcionarios (de estos la sufrí muchas otras veces a lo largo de mi vida). Pues eso, que además de hacernos esperar muchísimo tiempo (unas tres horas), mientras estábamos esperando, les veíamos y oíamos hablar de sus cosas personales, riendo a carcajada limpia. Y mientras nosotros seguíamos esperando, que sabían que estábamos jodidos, ellos felices.
Lo dicho, empatía cero patatero, y no sólo por nosotros, sino también por la otra gente, que también estarían sufriendo, ya que por algo estábamos allí…, para denunciar, no por gusto.
Pero eso no es todo, entre sus conversaciones, con las que no se cortaban un pelo ni tenían la más mínima discreción, le oímos a uno de los policías decir… “Me regalaron una caja de puros cubanos de contrabando cojonudos”. ¿Perdón? -me dije- ¿¡¡De contrabando!!? Mi mujer y yo nos miramos y no dábamos crédito a lo que acabábamos de oír. ¿Pero dónde nos hemos metido? Se supone que estamos en una comisaría de policía. ¿Y estos individuos son policías? ¿Qué podemos esperar de una policía así? Me dijo mi mujer.
Recuerdo que le dije… ¿Quién nos mandaría a nosotros venir a Madrid? ¡Nunca más!
Y nunca más volvimos.
Nuestra “luna de miel” llegó hasta Madrid y ahí se acabó.
Adiós al resto del viaje y de vuelta a casa.
PD: A un compañero de trabajo, con el que no había hablado de lo que me pasó porque era de otra sección, me enteré que, no mucho tiempo después, también le ocurrió lo mismo en la Casa de Campo.